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¡Celebremos Europa! - 50º aniversario del Tratado de RomaSaltar la barra de selección de idioma (atajo de teclado=2) 01/02/2008
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Europa necesita una nueva historia

Europa necesita una nueva historia
Timothy Garton Ash, Profesor de Economía Europea, Universidad de Oxford – Nacido en Londres (Reino Unido)

23/11/07

Timothy Garton Ash, Profesor de Política Europea en la Universidad de Oxford: "Para poder consolidar y extender sus notables logros, la Unión Europea debe prepararse para el cambio y ofrecer a sus ciudadanos una visión inspiradora del rumbo que va a seguir".

Según una famosa observación de Winston Churchill, la democracia es la peor forma de gobierno si exceptuamos todas las demás que se han probado cada tanto. En 2007, vivimos en la peor Europa posible si exceptuamos todas las demás Europas que se han probado durante los dos milenios y medio transcurridos desde que los antiguos griegos acuñaron el término.

Medir el éxito de la UE

En las seis décadas transcurridas desde el final de la Segunda Guerra Mundial, Europa ha alcanzado un nivel combinado de libertad, paz, prosperidad, legalidad, diversidad y solidaridad sin parangón en el resto del mundo – quizá con la excepción de Norteamérica – ni en cualquier periodo anterior de su historia. Nunca antes hubo un tiempo en que la mayoría de los países europeos vivieran en democracias liberales y se unieran en unas mismas comunidades de cooperación política, económica, jurídica, social y militar como son la Unión Europea ante todo, pero también la OTAN, el Consejo de Europa, y la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa.

Hasta el final de la Guerra Fría, media Europa vivía en regímenes dictatoriales. En nuestros días, sólo sobrevive entre los países claramente europeos un molesto reducto autoritario, Bielorrusia, cuyo régimen espero y confío no se prolongará más allá de un año o dos. Incluso Serbia se ha dotado de cierta forma de renqueante democracia después de Milosevic. La perspectiva de entrar en la Unión Europea ha animado a país tras país, desde España y Portugal hace veinticinco años hasta Croacia y Turquía en la actualidad, a transformar, para mejor, sus políticas nacionales, economías, prácticas jurídicas, medios de comunicación y sociedades. La Unión Europea es una de las máquinas más eficaces de cambio pacífico de régimen en la historia de la humanidad.

Durante siglos, Europa ha vivido desgarrada por las guerras, presentes hasta el último año del siglo pasado – recordemos Kosovo en 1999. Ahora no hay ninguna guerra en Europa. Llevamos mucho tiempo luchando contra toda una serie de terrorismos diversos, entre ellos el yihadista, pero eso es otro asunto. La UE, en cooperación estrecha con Estados Unidos, ha evitado el regreso de la guerra a los Balcanes.

La mayoría de los europeos tienen una vida más fácil que la que tuvieron sus padres. Pueden viajar libremente y por poco dinero a través de todo el continente y disfrutar de su rica diversidad de lenguas, culturas, modos de vida, gastronomías y deportes. La mayoría de los europeos enfermos, discapacitados o desempleados pueden contar con una red de seguridad social que les protege de la miseria absoluta. Cuando viajan por el mundo no afrontan el resentimiento, a veces casi odio, con que se encuentran actualmente los americanos. Puede ser injusto, pero es un hecho.

Sería extraordinario que, cuando se celebre el centenario del Tratado de Roma en 2057 con la mirada puesta en los otros 50 años transcurridos, pudiéramos contemplar más de lo mismo pero ampliado a países como Turquía, Ucrania, Bielorrusia y Serbia, que para entonces ya serían miembros veteranos de la Unión Europea. Pero la preservación de este logro histórico requiere reformas significativas. Como decía sagazmente un viejo europeo, Giuseppe di Lampedusa, en El Gatopardo: “para que nada cambie, todo debe cambiar”.

¿Cuáles son las principales cosas que deben cambiar? Para consolidar nuestros logros ya considerables no necesitamos crear unos Estados Unidos de Europa. Lo que necesitamos son cambios institucionales para que un vehículo inicialmente diseñado para seis pueda funcionar con 27 y más. Ojo, 27 conductores, no pasajeros. Pero tales adaptaciones institucionales o constitucionales son sólo un medio para lograr un fin, no un fin en sí mismas. Del mismo modo, la UE necesita una mayor capacidad de proyección de poder, especialmente hacia su entorno geopolítico – pero también aquí el aumento del poder europeo es un medio para alcanzar un fin. Si considerásemos la unidad y el poder como fines en sí mismos, como hacían los Estados nación del siglo XIX, estaríamos haciendo un nacionalismo europeo que nada tendría que ver con el patriotismo europeo que tanto necesitamos.

Economía, energía, ecología

Pienso que en los próximos años deberíamos concentrar nuestros esfuerzos sobre todo en tres ámbitos. Primero, trabajar con denuedo para mantener nuestra posición económica actual. Debemos hacer frente a una competencia cada vez más ardua de las potencias económicas que emergen en Asia. Muy pronto ya no tendremos que competir con bajos costes y bajas cualificaciones sino con bajos costes y cualificaciones elevadas. Nuestras poblaciones autóctonas envejecen. Nuestros salarios y costes salariales son elevados. En la mayoría de los ámbitos, nuestras inversiones en investigación y desarrollo, ciencia y tecnología, están a la zaga de Estados Unidos y, sino hacemos algo, y rápido, pronto también de las potencias emergentes de Asia. A esto se añade el desafío ecológico del calentamiento global, así como la creciente competencia (sobre todo de China) por la energía, suministrada en buena parte por Estados autoritarios de Eurasia y Oriente Medio. Dar satisfacción a los ciudadanos europeos en esa triple E – economía, energía, ecología – plantea un reto decisivo.

El segundo gran desafío de la Unión consiste en dotarnos de una política exterior más coherente y eficaz, especialmente en relación con los países que ahora hemos metido de manera más bien arbitraria en un saco con el rótulo de Política Europea de Vecindad. La ampliación ha sido uno de los grandes éxitos del proyecto europeo desde 1970 hasta hoy. Espero que siga siendo así en los 15 a 20 años próximos con la inclusión de países como Ucrania, Bielorrusia, Turquía y todos los Europa suroriental. Pero estamos llegando al principio del fin de la lógica de ampliación. Los confines de la UE deben trazarse en algún punto. Si Europa está en todas partes, no estará en ninguna parte.

Utilizar nuestras palancas exteriores

Por lo tanto, necesitamos una política que rija nuestras relaciones con aquellos vecinos nuestros que no van a entrar, y que en muchos casos viven actualmente sin democracia, en situación de pobreza e inestabilidad. Nuestra Política de Vecindad está sobre el papel pero carece de realidad. Todavía no hemos empezado a hacer un uso coherente de los instrumentos que tenemos a nuestra disposición (por ejemplo, con respecto a cualquiera de nuestros vecinos del Magreb o de Oriente Próximo), sino que nos movemos con 27 + 1 relaciones económicas, 27 + 1 relaciones culturales, 27 servicios diplomáticos, 27 países comunitarios que acogen inmigrantes y residentes temporales. Este conjunto representa menos que la suma de sus partes. A este respecto, espero que nos mantengamos fieles a la convicción neokantiana de que, a la larga, los mejores vecinos posibles son las democracias liberales consolidadas. De ahí mi propuesta concreta de crear una Fundación Europea para la Libertad.

Se busca: una nueva narrativa para Europa

Por último, y desde luego no por ello menos importante, la Unión Europea necesita una nueva narrativa para hilar una historia (necesariamente selectiva) que nos explique de dónde  venimos y adónde  vamos. En efecto, desde finales de los años cincuenta hasta principios de los noventa, el proyecto de integración europea poseía una grandeza capaz de englobar las peculiaridades que diferenciaban nuestras perspectivas nacionales y políticas. Hoy no es así. Hemos perdido el hilo del relato. Lo que escribo en los primeros párrafos de este artículo quiere ser una contribución a esa nueva narrativa, pero hace falta pulirlo. Una comunidad política que pronto contará con quinientos millones de ciudadanos sólo será sostenible si posee un rumbo de vida común. Sólo así podrá hacerse realidad mi visión de una Unión Europea que conserve su coherencia y vitalidad tras integrar hasta 40 países en 2057: lo mismo, pero mejor.

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