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¡Celebremos Europa! - 50º aniversario del Tratado de RomaSaltar la barra de selección de idioma (atajo de teclado=2) 01/02/2008
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Comunicarnos

Comunicarnos
Margot Wallström, Vicepresidenta de la Comisión Europea, responsable de Relaciones Institucionales y Estrategia de Comunicación – Nacida en Kåge (Suecia)

02/01/08

Margot Wallström, Vicepresidenta de la Comisión Europea, responsable de Relaciones Institucionales y Estrategia de Comunicación: para devolver Europa al ciudadano necesitamos nuevas estrategias encaminadas a aumentar la participación, mejorar el control democrático y aprovechar las nuevas tecnologías que están transformando las comunicaciones y la identidad.

Antes de mirar hacia los próximos 50 años, la modestia exige mirar primero hacia atrás. No porque el medio siglo pasado vaya a prefigurar el próximo sino, al contrario, para darnos cuenta de cuán incorrectas pueden llegar a ser las conjeturas. Nuestros descendientes podrán encontrar nuestras predicciones tan absurdas como nos parecen ahora las que en los años 60 vaticinaban para el nuevo milenio viviendas en la luna y una sociedad de conductores de cohetes utilitarios. Probablemente estaremos incluso más desfasados, porque el avance del progreso tecnológico es cada vez más vertiginoso. Hace diez años, casi nadie había oído hablar de “banda ancha”, “Skype”, o “MP3”. Hoy día estos términos forman parte del vocabulario común de nuestros niños, que, a su vez, los desecharán algún día igual que hemos desechado el cassette, el LP y el transistor.

Como Comisaria de Comunicación me interesa, tanto profesional como personalmente, el hecho de que muchos de los principales avances de la última década hayan incidido justamente en la manera de hablar los seres humanos entre sí.

Y aunque no sé por qué caminos avanzará la comunicación de aquí a 2057, estoy segura de que influirá enormemente en la gobernanza y en la sociedad. Hay políticos que no quieren verlo así, y hacen mal.

Hay una opinión bastante extendida – que suscribo – de que el “pacto tecnocrático” entre gobernantes y gobernados se está disipando, o por lo menos remodelando, tanto a escala nacional como supranacional. Funcionó bastante bien en la etapa de postguerra, de notable crecimiento y poco desempleo en casi toda Europa, pero empezó a tener problemas cuando las economías aminoraron su ritmo y se alargaron las colas del paro. La predisposición pública a creer en la capacidad de entrega de los políticos se ha tansformado en muchos casos en indiferencia, escepticismo o cinismo sin más.

Además, en nuestro mundo postmoderno, los argumentos políticos, sociales y religiosos, que en el siglo XX eran capaces de movilizar masas, están dando paso a unos conceptos más fluidos y volátiles de lealtad e identidad. El resultado es un mundo más individualizado y quizá más fragmentado, reflejado en un cúmulo asombroso de cadenas de televisión y dominios de internet que abastecen una demanda de opciones que no para de crecer.

En la UE, el problema se complica. Su lógica fundacional giraba en torno a la reacción frente al horror de la guerra fratricida y el asesinato masivo e industrializado que Europa se había infligido a sí misma y al mundo. Los recuerdos de aquello eran suficiente estímulo en los fervientes albores de la Unión. Ahora, 50 años después, los beneficios de ese esfuerzo son palpables por doquier. Derecho a trabajar, estudiar o jubilarse en cualquier Estado miembro. Libre circulación de capitales, mercancías y la mayoría de los servicios. En síntesis, el mayor mercado único del mundo.

Pero las generaciones más jóvenes, para las cuales una guerra europea es algo impensable, han nacido ya con estos beneficios y los consideran normales. De hecho, muchos europeos, aun beneficiándose de las ventajas que sembraron en su día los padres de la UE, olvidan su origen y, al contrario, achacan a Bruselas muchas de las torpezas propias de la peor clase de gobierno.

Conectar con el ciudadano

Así pues, Europa tiene que reinventarse a sí misma, primero explicando mejor su razón de ser a unos electores confusos y a veces hostiles, y después respondiendo mejor a sus expectativas para el futuro.

El quid está en cómo podemos ayudar a crear una verdadera esfera pública europea y aumentar la conciencia y la participación ciudadana en las decisiones europeas. Hay muchas maneras de hacerlo, desde responder a las consultas públicas sobre iniciativas clave antes de que se acuerden y se pongan en práctica hasta votar en las elecciones al Parlamento Europeo, firmar una petición o afiliarse a un partido político u ONG europeos. Me gustaría que todos los ciudadanos se comprometieran más con el proceso democrático, y es lo que estoy intentando fomentar con mi Plan D de Democracia, Diálogo y Debate. Es un comienzo, y Europa necesitará más de lo mismo en sus próximos 50 años.

Queremos más democracia y transparencia

El siguiente paso tendrá que ser el de mejorar la legitimidad democrática de las instituciones europeas ante la sociedad. Cualquier futuro Tratado (ya sea el Tratado por el que se establece la Constitución para Europa u otro con distinto nombre) debe incorporar las inquietudes de quienes tengan que vivir con él. Si lo elaboramos como si fuera un proyecto de élite, podremos obtener la misma respuesta que ya obtuvimos la otra vez en dos Estados miembros. Ahora bien, no olvidemos que el texto firmado por todos los gobiernos en octubre de 2004 contenía muchas notas sustanciales en la dirección correcta. Una de ellas era el derecho de petición de los ciudadanos ante la Comisión para elaborar y proponer normas, todo un hito de la democracia participativa. Otra, el registro de todas las deliberaciones del Consejo sobre la legislación europea. Y el aumento de las posibilidades de control de las cuentas por parte de los parlamentos nacionales representaba un notable avance ante la inquietud por que las decisiones de la UE les pasaran por alto.

Además el texto, ratificado por 18 Estados miembros, incluía algunas soluciones muy buenas para aumentar la eficacia y la legitimidad democrática en aspectos políticos esenciales, como la inmigración, el asilo y la lucha contra el terrorismo, o potenciar en papel de la Unión en la escena mundial.

Estas preocupaciones no desaparecerán, porque van implícitas en los retos que Europa tiene ante sí en estos momentos y de manera incluso más acuciante que en 2004, a los que se añaden otros retos como la seguridad del abastecimiento de energía, el cambio climático, el desempleo y la trata de seres humanos. Todo ello demuestra precisamente la necesidad de una Europa sostenible en un mundo globalizado.

Nuestros gobiernos reconocen ahora la absoluta necesidad de actuar conjuntamente en ámbitos como la seguridad del suministro energético y el cambio climático. La UE hace más falta que nunca. Por ello tiene que mantenerse preparada y poder dar soluciones multilaterales eficaces que cuenten con el apoyo del pueblo y de sus representantes.

Si gestionamos bien las cosas, ponemos a punto nuestra maquinaria institucional y aseguramos que la tecnología de la comunicación reduzca la distancia práctica y metafórica – si no topográfica – entre Bruselas y los votantes, la Unión de 2057 podrá ser una entidad más firme que la que hoy podemos imaginar. Algo habitual en las vidas de los europeos, que sabrán realmente cómo pueden beneficiarse de ella y, a su vez, comprometerse con ella.

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